miércoles, 24 de septiembre de 2008

EL DÍA DE TODOS LOS SANTOS, EL DÍA DEL MONAGUILLO


En Navezuelas, cuando empiezan a caer las primeras castañas, el primer día de noviembre, el de Todos los Santos, esta fecha estaba marcada en el calendario de los monaguillos del pueblo. Después del oficio religioso, al cual acudían más monaguillos que de costumbre, ya que había un aliciente que en otros días no había, pues se celebraba la cena de los monaguillos, la del día de Todos los Santos; después de la misa los chicos irían por las calles del pueblo pidiendo por las casa, por las ánimas de los difuntos, se utilizaba un cesto de mimbre para hacer la colecta, en la cual se depositaban los donativos de los amables vecinos, eran muy variados: manzanas, pimientos, castañas, nueces, “canvotes”(castañas asadas),etc.… y lo que más interesaba, era el dinero. Una vez recorrido el pueblo, se hacía recuento de lo recaudado, se decidía cual de las madre de los monaguillos se encargaría de hacer la cena y donde se iba a comprar la comida, si a casa de “tía Amalia” o casa de “tía Flor”, o tal vez donde “tío Narciso”.
Una vez solucionada la parte de la logística, había que cumplir con la contraprestación de este contrato no escrito, con las ánimas y con el vecino de Navezuelas, que habían cumplido su parte y te habían dado un donativo, el monaguillo tenía que cumplir la suya, debían hacer doblar las campanas de la iglesia hasta las doce de la noche.
Después de cenar los chicos se dirigían a la iglesia para comenzar con su obligación.
El edificio en sí, imponía por la oscuridad, rota por alguna vela aún encendida, por lo vacía y fría de la nave; es Noviembre, por estas fechas las nieblas ya se empiezan a apoderar del valle del Almonte, el sol del verano quedó atrás ,y comienza a hacer frío en Navezuelas.
El interruptor de las luces del coro y del campanario estaban situado en la sacristía, el ir a pulsarlo, para encender las luces era toda una odisea, el monaguillo que iba, necesitaba un gran acopio de valor, para atravesar la iglesia a oscuras.
Mientras se doblaba las campanas los demás monaguillos, se comían las castañas y las nueces, solían contar historias de fantasmas, alentadas por la imaginación de los niños y por el entorno, por el huerto adyacente a la iglesia que fue antiguo el cementerio del pueblo y sobre todo la existencia de una habitación en la sacristía de la iglesia, en el segundo piso donde se guardaban imágenes de santos, a la cual los monaguillos no se atrevían a subir si no eran acompañados por otro, era la habitación de los fantasmas.
También era frecuente que los chicos mayores del pueblo fueran a asustar a los temerosos monaguillos, aunque más de uno salió escaldado y se llevó algún castañazo.
Cuando llegan las doce de la noche el doblar de las campanas cesa, y los monaguillos vuelven a casa.

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