viernes, 2 de agosto de 2013

Comunidad judía de Guadalupe.

Al sureste de la provincia de Cáceres, sobre la falda de la Sierra de Altamira y en un profundo valle de la comarca de Las Villuercas, se sitúa La Puebla de Guadalupe. Desde las torres y almenas de su monasterio podemos disfrutar de este pueblo serrano y de su paisaje colorista. La presencia de los judíos en Guadalupe, se remonta a los primeros años del siglo XIV, cuya comunidad forma un pequeño núcleo de población en torno a La Puebla. Los conflictos de 1391 y de 1476 marcan el declive del judaísmo guadalupense con la conversión de numerosas familias al cristianismo. Judíos y conversos tienen una destacada participación e influencia en la economía y sociedad civil en la época, que se desarrolla en medio de un tenso clima de hostilidades. Hacia los años de 1480 la población de Guadalupe, tanto comercial como industrial estaba constituida en su mayoría por judíos los cuales eran pudientes e influyentes, incluso durante el priorato de fray Juan de Guadalupe (23.9.1469 a 1475) llegaron a ser prestamistas del mismo monasterio. Influían en el partido de la Beltraneja, siendo el partido Isabelino, en el que militaban los cristianos viejos, que eran los genuinamente nacionales. El Monasterio a través de fray Rodrigo de Salamanca, fray Alonso de la Rambla, fray Juan de Avilés y sobre todo, la de fray Diego de Marchena favorecía a judíos y conversos. Por ello se nombro al P. Arévalo Inquisidor de Guadalupe, junto con el Dr. D. Francisco Sánchez de la Fuente, Provisor de Zamora y D. Pedro Sánchez de la Calancha, los cuales llegaron a Guadalupe en diciembre de 1484, instruyendo varios procesos, entre ellos el seguido contra fray Diego de Marchena, quemado vivo el día 2 de agosto en medio de la plaza, con asistencia de todo el convento, previa degradación sacerdotal. Después de varios procesos y ejecuciones, el 3 de diciembre de 1485 salían de Guadalupe los inquisidores, no sin antes haber publicado un decreto, por el que eran expulsados de la Puebla doscientos confesos. Los frailes rechazaron al principio los bienes confiscados a los judíos ofrecidos por los reyes católicos, pero al final los aceptaron, empleándolos en la obra del Palacio u Hospedería Real, levantado al suroeste del monasterio, obra comenzada en 1487 bajo planos y dirección del maestro Juan Guas, y terminada en 1492, habiéndose gastado la cantidad de 2.073.733 maraveds, de los cuales 1.450.233 eran de los confiscados a los judaizantes. A principios del siglo XV la detención de un cristiano en Guadalupe, que había asesinado a un judío fuera de La Puebla, en tierras de Oropesa, fue causa de disturbios y de cierta revuelta antisemita. En 1485 el número aproximado de conversos era de 230 familias (el 19% de la población) que por judaizantes, recibieron la pena del destierro, en el proceso inquisitorial celebrado en Guadalupe. No tuvo judería propiamente dicha con sinagoga y separación total de los cristianos. Existen algunos vestigios de una comunidad menor, pequeña, en la calle Veneno, actualmente Choro Gordo, en la que vivían algunas familias judías y después conversas. En el Monasterio de Guadalupe, en la capilla de Santa Ana, existe un cristo de la Colada, que según cuenta la leyenda o fábula a finales de 1577 mientras Felipe II se entrevistó en dicha localidad con el rey de Portugal, un judeo converso, mesonero de profesión, torturó a un cristo de madera y lo escondió en un cesto de la colada. La efigie maltratada destiló un reguero sanguinolento que descubrieron miembros del ejército real que estaban comiendo en el mesón. La familia del profanador se dio a la fuga y los valerosos soldados de la cristiandad depositaron la imagen ultrajada en dicha capilla.

Fuente: Centro de Documentación y Estudios Moisés de León.

jueves, 1 de agosto de 2013

FORO CABAÑAS DEL CASTILLO



(PARTE I DEL COMENTARIO “CAMINOS, CORREOS Y TELÉFONOS”). Corrían los primeros años de la segunda mitad del siglo XIII cuando Alfonso X de Castilla, llamado el Sabio, vendió Cabañas a Trujillo con la condición de que el castillo fuera derribado y conservar el patronazgo de las iglesias, las cuales constituían la Real Abadía de Cabañas del Castillo. Por ello era obligado que las vías de comunicación entre unas y otras poblaciones pasaran, o partieran que a la sazón viene a ser lo mismo, por la sede de la abadía. Sabido es que las iglesias a que nos referimos no eran otras que las Solana, Retamosa, Navezuelas, Roturas, Torrejón (ya desaparecido) y la mitad de Robledollano. Entre unas y otras poblaciones discurren los ríos Almonte y la Garganta de Santa Lucía, quedando al lado Este de estas corrientes de agua Cabañas y Solana y hacia el Norte y el Oeste el resto de las citadas. Al estar todas ellas situadas en terreno montañoso y escarpado las vías de comunicación no eran fáciles, discurriendo por inclinados senderos de difícil tránsito. Al ser escasa la diferencia de altitud entre Cabañas y Solana, el camino que partía de la primera hacia la segunda lo hacía por la Calle del Peñascal que no era otra cosa que un sendero-callejuela lleno de piedras, de escasos dos metros de ancho, entre paredes de cercados, continuando por la parte alta de “Las Cabezadas” donde una vez terminadas las paredes que le flanqueaban salía a monte abierto, continuando a media altura de la sierra de El Alcornocal, con ligera caída a medida que avanzaba hacia Solana, y aunque el piso era una continua pedrera, no bordeaba barrancos ni precipicios, discurriendo casi todo él a la sombra de los numerosísimos alcornoques, y también encinas, que crecen entre ambas poblaciones. A un kilómetro aproximadamente antes de llegar a Solana se alcanzaba la fuente de “Las Cofradías”, justo al borde de un arroyo llamado La Garganta de Solana, lugar donde era obligado parar para beber sus cristalinas y frescas aguas, pues era la primera fuente que se encontraba desde la salida de Cabañas. Luego, unos quinientos metros más arriba, se pasaba junto al molino del tío “Cestero” como todos le llamaban, pues además del oficio de molinero también hacía cestos y cestas de mimbres, el cual tenía una hija muy guapa y simpática, y era también sordomuda. Otros quinientos metros más y, tras pasar rozando la tapia del cementerio, aparecía Solana, y se entraba en ella por la calle principal que recorría el poblado de Norte a Sur, encontrándose a la mitad de la misma una acogedora plaza cuadrangular con una fuente con chorros continuos de agua y un pilar que hacía de abrevadero para las caballería, además de un portal en la puerta del cura donde las personas podían resguardarse de la lluvia, o del sol en su caso. No ocurría lo mismo con el resto de los caminos o senderos que comunicaban Cabañas con las demás poblaciones de la abadía. Justo por el lado opuesto de donde partía el de Solana, es decir por la “Fuente Castillo”, partía otro que al llegar a este punto se dividía en dos: el de la izquierda, que a través de la “Era de la Horca”, (popularmente La Era Lajorca), se dirigía directamente por empinados riberos hacia Retamosa pasando el río Almonte por un vado adecuado, si bien, sólo era practicable en verano y algunas veces en invierno, pues las lluvias de esta estación hacían crecer demasiado al río, en cuyo caso no era aconsejable aventurarse a pasarle ni “a pata”, ni con caballerías, pues no se puede perder de vista que estamos en su curso alto, donde la rapidez de las aguas y el arrastre de piedras, ramas y otros materiales, hacían muy peligroso intentar cruzarlo. Con el tiempo, cuando fue construida la carretera de Retamosa con el consiguiente puente que salvaba el río, desde la Era de la Horca se redirigió el camino para alcanzar dicho puente a través del ribero llamado Valhondo (Vajondo, popularmente). Volviendo de nuevo a la Fuente Castillo puede seguirse la otra rama del camino, o sea la que partía hacia el frente y torcía a la derecha para rebasar el perfil de la sierra, justo por encima de la Peña del Rayo, e internarse en la umbría por el lugar llamado “La Cuesta”, o sea, dónde los chicos iban a buscar sus pizarrines de caliza y al que ya se hizo referencia. Haciendo numerosos zig-zag iba dejando atrás la barrera de pronunciada pendiente, discurriendo entre rocas, piedras, jara, jaras churras, lentiscas, madroñas, brezos, matorrales y zarzales y un sinfín más de vegetales que entre todos ellos trataban continuamente de cerrar la senda para hacerse con el poco espacio del que en la espesura disponían, por ello y dado la altura del conjunto vegetal era difícil ver ni ser visto cuanto se transitaba, tanto andando como montado en burros, mulos o caballos. Ya casi al final de la bajada se separaba a la izquierda otra senda que llevaba hasta el molino del Risquillo, cuyo mecanismo era movido por las aguas debidamente canalizadas de la Garganta de Santa Lucía que corre por detrás de la sierra vista desde Solana, habiendo sido embalsada hace algunos años para proporcionar agua potable a la ciudad de Trujillo, situado unos 37 kilómetros de distancia en línea recta. Terminada la pendiente el viajero se topaba de pronto con un pequeño puente de piedra que salvaba la citada garganta y a continuación con otro similar que pasaba sobre el río Almonte, pues en este punto se juntan ambas corrientes y, siendo tan flacos sus caudales que en verano llegaba a secarse la primera, y quedar tan disminuida la segunda que podía pasarse por donde quiera de un simple salto, lo cierto es que en algunos días del invierno no había más solución que utilizar “Las Puentes”, como se llamaban, por imposibilidad física de cruzar las fuertes crecidas que se presentaban, las cuales a los pocos días bajaban considerablemente pues desde esta confluencia hasta sus nacimientos, las cuencas respectivas no son excesivamente largas. (En el Visor de Sigpac, aún son visibles restos de estas sendas, no así los puentes en cuestión que están ocultos por la vegetación que crece junto a las corrientes de agua). Nada más dejar atrás “Las Puentes”, a la izquierda salía el camino de Retamosa; a la derecha el de Roturas y Navezuelas, del que partía poco después hacía la izquierda –aproximadamente a la altura del Cancho de la Calera-, el de Torrejón y Robledollano. Todos ellos entre espeso monte bajo del que sobresalían alcornoques, robles, castaños y olivos, dependiendo de la altura. Además, llegada la noche en todos estos caminos se escuchaba frecuentemente una sinfonía en estéreo: el frecuente aullido de las manadas de lobos que por entonces eran muy abundantes. Contaban las personas más ancianas y que más habían transitado todas estas sendas que en noches de tormenta, en algunas ocasiones, con la luz de los relámpagos se veían brillar de forma fantasmagórica los ojos de los lobos próximos a los caminos, pues les gustaba bastante seguir en paralelo durante cierto tiempo con los viajeros, quizá movidos por la curiosidad, pues nadie relató nunca tener conocimiento de un ataque sobre los humanos, no así sobre toda clase de ganados fuera cual fuera su tamaño. Los árabes llamaron a este río Almonte, que quiere decir “el río de los lobos”, sus razones tendrían, pues esta zona estuvo bajo su dominio desde el año 720 hasta, aproximadamente, el año 1200, o sea unos 500 años en números redondo. Desde Cabañas también partía otro camino por la “Era del Chorro”, que atravesando el río Berzocana por “El Vado” se dirigía por Aldeacentenera hasta Trujillo, población ésta con la que estaba estrechamente ligada por vínculos comerciales, político, militares y de propiedad, tal como se dijo anteriormente. Este camino además de atravesar el río Berzocana, atravesaba también el río Garciaz, ambos sin puentes, por lo que si se encontraban crecidos, no había más remedio que volver al camino de “Las Puentes” y en dirección a Retamosa dirigirse río Almonte abajo para después cruzar ambos cauces, ya unidos, por el puente de El Conde (construido en 1477), el cual hace poco años ha sido restaurado debido al mal estado en que se encontraba. Como curiosidad se hace constar que entre “Las Puentes” y puente de El Conde –unos seis kilómetros en línea recta- había numerosos molinos, a saber: el de El Risquillo que se ha conservado hasta nuestros días, el Molino de Natalio, el de Jarillas, el de Las...