Recorrer Extremadura ha sido siempre una sorpresa para el visitante primerizo. La leyenda negra que se cierne sobre la región hace creer al viajero inexperto que se va a enfrentar con un desierto, gente arisca y una ausencia absoluta de algo en lo que fijarse. Transcurridas unas horas de carretera, vayan por donde vayan, se asombran de que haya árboles, que el agua sea un elemento frecuente, y que los paisajes se mantengan con la pureza que añoran en los que habitualmente habitan, que han sido deteriorados, maltratados y en la mayor parte de las ocasiones, han desaparecido.
Es verdad que la región tiene ejemplos impresionantes de patrimonio natural y arquitectónico. La referencia a Cáceres, Mérida, Badajoz, Guadalupe, Plasencia… colma cualquier deseo de conocer y brinda la oportunidad de sorprender siempre al visitante que, aunque parezca una pesadez, nunca creía haber podido encontrar tanto y tan desconocido.
Cuando la ruta que se propone uno está fuera de los circuitos habituales, la sorpresa se extiende a los vecinos, a los mismos extremeños que desconocen el patrimonio que poseen, y que se sentirían orgullosos de ello si lo supieran.
Propongo un viaje por cuatro lugares cercanos entre sí. Un recorrido por poblaciones que muy pocos conocen, porque son de difícil acceso y hay que hacerse el firme propósito de visitar pero que, como ocurre a los que vienen por primera vez, se asombran de lo descubierto al comprobar que lo que les decían de lo que había, no tiene nada que ver con la realidad.
Transitamos por la comarca de Los Ibores/Villercas (que nunca se sabe muy bien dónde empieza una y termina la otra) en la provincia de Cáceres, y sin necesidad de seguir un itinerario firme, nos enfrentamos a un paisaje único, donde las encinas pueblan el terreno de tal manera, que la lejanía nos brinda una alfombra verde, de copas inmensas, donde la tierra es difícil de atisbar si no se trata de formaciones rocosas que emergen entre los árboles , como pidiendo poder respirar.
Camino de Guadalupe desde Trujillo, nos desviamos para entrar en Berzocana y el pueblo que ha sufrido de los embates de una arquitectura patética y un asfaltado urbano sin consideración, posee una de las más hermosas iglesias que se conocen (se le llama “la segunda catedral de la diócesis de Plasencia”) y guarda en ella las reliquias de San Fulgencio y Santa Florentina desde 1340. El templo es de una hermosura y porte, que causa asombro a todos los que lo visitan, sobre todo pensando en el tamaño de la población.
Los santos allí venerados hicieron del lugar cita de peregrinos desde el siglo XV y la fama de milagreros se extiende por toda España, lo que provoca una eclosión de visitas a la localidad que provoca el levantamiento de la iglesia en el siglo XVII. En 1991 se cayó la sacristía y no mató a los fieles porque no estaban. Se han hecho obras de reparación, y allí siguen los relicarios majestuosos de los dos santos, a los que muchas diócesis se disputan y que son desde luego, un referente casi imprescindible en el conocimiento de la comarca por lo que tuvieron de importantes en una determinada época, en la que el propio Felipe II tuvo que intervenir para ordenar que los restos de los santos permanecieran donde habían sido hallados cuando se transportaron desde Écija. La historia es larga, bonita y merece conocerse “in situ”.
Carretera adelante, a lo lejos nos enfrentamos a Navezuelas. Está dibujado sobre una línea del monte, a 928 metros de altitud.
Conviene llegar al atardecer, y contemplar la belleza de la ubicación del pueblo a contraluz. La verdad es que cuesta trabajo recomendar algo. La iglesia fue prácticamente arrasada en los años 70 con una estética alucinante que sólo conservó el ábside y nave de la antigua, pero que cuesta mucho identificar, pero el paraje en el que se asienta es sobrecogedor.
Tiene el pueblo mucha costumbre de pescar, y se pescan truchas en el Almonte en las zonas que están semi vedadas. Ahora la acampada se ha extendido, conociendo de la maravilla natural en la que se encuadra, y si se quiere disfrutar sólo con la contemplación de la naturaleza, desde luego Navezuelas ofrece todos los ingredientes para ello, porque no hay lugar a la distracción arquitectónica ni artística.
No es lo que le pasa a Cabañas del Castillo.
Cabañas es hermoso. El lugar en el que está ubicado, el paisaje en un estado puro, las lejanías, y el patrimonio arquitectónico rural que conserva, adornado si cabe más por los restos del castillo que dan nombre a la población, lo hacen un lugar imprescindible para la visita del extremeño que quiere enseñar algo único al amigo con el que quiere presumir de tener cosas que nadie sabe que existen.
El castillo es una construcción árabe del siglo XII, utilizada después en el Medievo por los caballeros golfines para vigilar el paso de las Villuercas. Se llega a él sin mucha dificultad, y transitando por las callejuelas de la población, que en su día tuvo todas las edificaciones de pizarra, y hoy quedan algunos ejemplos solamente, ya que las nuevas edificaciones han ido mermando el carácter serrano del lugar.
La belleza del paisaje, lo abrupto y casi violento del terreno y el hecho de que en su entorno tenga lugar el nacimiento del cauce de Santa Lucía, nos hace creer que no estamos en Extremadura. Ya Antonio Ponz en su “Viaje por España” de 1784 describe la belleza del lugar con verdadero asombro y admiración: “Castaños, encinas, quexigos, robles, fresnos, pinos, avellanos, son plantas que produce la naturaleza en las cumbres y en las laderas, no faltando, donde quieren cultivarlos, todo género de frutales para el sustento de sus moradores. Alisos, tilos, aloros, durillos, aceres, mostazos, sauces y otras infinitas especies de árboles y arbustos cubre las orillas de sus ríos y arroyos. Las yerbas son muchas y de notable virtud … Los bosques o espesuras son por algunas partes impenetrables, y sirven de abrigo a los venados, ciervos, corzos, jabalíes, cabras montesas y asimismo a los lobos y a otros animales carniceros. Hállase por todo ello copia de caza menor”.
Poco ha cambiado el paisaje. Nunca se sabe si por cuidado o por abandono, pero ahí está. No hay que elegir la estación del año, porque el clima es benigno y si es caluroso las piscinas y embalses naturales de los remansos del Almonte, alivian los días veraniegos, en los que la contemplación del horizonte desde lo alto del castillo es un premio para cualquiera que busque algo especial.
La combinación de fortaleza amenazante, a consecuencia de la longitud de los muros que aún se mantienen en pie, levantados desde luego para causar pavor al potencial enemigo que se acercara, con un paisaje singular que exhibe como elementos significativos dos pequeños puentes del río Almonte a los pies de la fortaleza, como si hubieran querido trazar dos líneas para no romper completamente la comunicación con el exterior, emociona del lugar que, por otra parte, raramente se visita por lo escarpado del camino y la situación “a trasmano” de los recorridos habituales de la región.
Ahora todo está más dulcificado. Las carreteras han mejorado, los habitantes del lugar están acostumbrados a las visitas, y los visitantes son bien recibidos en cualquier momento, sobre todo cuando se sabe que, a pesar de no haber infraestructura oficial para acoger a los posibles campistas, o a los caminantes que todo lo recorren, las visitas de ajenos son fuente de bienestar, y el castillo ahora no asusta, atrae.
La historia ha dado la vuelta. Las luchas pendencieras que motivaron levantar el castillo se han terminado, y lo que fue azote de visitantes, ahora es refugio de viajeros.
Siguiendo la ruta nos acercamos a Roturas de Cabañas. Administrativamente es una pedanía de la localidad anterior, lo que a los habitantes de estos lugares suele enfurecer porque todos se consideran acreedores de la titularidad sin dependencias de otros.
Ocurre en esta zona que las dificultades orográficas del terreno hacen que los núcleos de población estén dispersos y Roturas y Solana pertenecen a Cabañas como pedanía, pero no por ello han de ser inferiores en belleza ni importancia para el visitante curioso.
Roturas de Cabañas tiene una arquitectura popular de enorme belleza. Antonio Rubio Masa en el Cuaderno Popular número 8 editado por la Consejería de Cultura de la Junta de Extremadura página 21, hace una referencia a la importancia de esa arquitectura, con un boceto de casa de Roturas y fotografías de ejemplos de casas importantes de la localidad. La pureza de estilos y el uso de materiales nobles, así como el aprovechamiento del terreno para ubicar las viviendas, hacen del sitio algo especial.
Desde la edición de ese Cuaderno Popular a nuestros días, la arquitectura popular ha desaparecido prácticamente. Los ejemplos que quedan son producto del abandono, y algún balcón de madera se mantiene en pie, o alguna bodega sigue hundida en el terreno, pero la belleza de la que se hablaba en el estudio mencionado, se ha ido marchitando en nombre de una malentendida modernidad.
La iglesia es impresionante. Levantada en un lugar estratégico de la población. De los siglos XVII – XVIII, está muy bien conservada.
Continuar por la carretera para visitar la última pedanía nos reconcilia, ante la magnificencia del paisaje, con la capacidad de destrozo del que deshace sin consultar.
Roturas de Cabañas es la última de esas pedanías. Roturas es el paisaje puro. En su término está el embalse de Santa Lucía, de donde se surte de agua Trujillo (con una canalización de 40 kilómetros (¡), y ahora muchos más pueblos de alrededor.
En la localidad hay una fuente que, construída en 1960 tenía inscrito: “no meter cubos con jabón, cuidar del agua, y de no ensuciarla, y mantener vivos los peces”. En el pilón del pueblo había peces, y decían las vecinas que eran tan viejos como ellas. Peces enormes, acostumbrados a las visitas diarias de los habitantes que comprobaban la pureza de las aguas que bajaban de la sierra con la salud de los peces.
Y ahí, en ese enclave magnífico hay una iglesia soberbia dedicada a San Miguel. La iglesia de Solana sorprende, como las de los otros lugares, pero esta lo hace por la conservación del mobiliario interior. Los retablos barrocos son de una belleza impresionante, albergan la imaginería original de los siglos XVII y XVIII y los frentes de los altares aún permanecen decorados con las telas adamascadas de esa época, enmarcadas y protegidas por el cuidado popular, cuando no por una cerámica de Talavera del siglo XVI que parece recién puesta.
El conjunto que forman los retablos dedicados a San Antonio, San Cosme, San Miguel y el Niño Jesús, es de una plasticidad impensable en esta población de escasos recursos económicos en todos los tiempos, pero lo que más llama la atención es el quinto retablo dedicado a Santa Lucía. Este retablo alberga una de las tallas de alabastro policromado más hermosas que se conservan en la región. Se trata de una talla de unos 60 cm.de alto, representando a la santa con los atributos en las manos: la palma del martirio en la mano izquierda y en la otra la bandeja que porta los ojos de la santa.
La imagen no se saca para nada de la hornacina de su retablo, y la encargada de su conservación ha puesto tal celo en protegerla, que ha hecho fotografías por su cuenta de la talla para que no se deteriore ni con las miradas ajenas.
Podríamos seguir la ruta y llegar a las poblaciones de nombre Ibor. Cuevas, montañas, paisajes insólitos, artesanía desconocida, fachadas de casas únicas, inscripciones sepulcrales que denotan un esplendor antiguo que el tiempo ha borrado … pero nos detenemos aquí como si empezara a ponerse el sol en el horizonte y tuviéramos que detenernos a contemplar el espectáculo del cielo rojo y el suelo verde, arañado por un dibujo plateado de agua que se detiene en el depósito de Santa Lucía, del que todos los que viven cerca (o lejos) beben.
Esas cosas pequeñas: las tardes sosegadas, tallas de alabastro, fuentes con peces, un castillo que asustaba y ahora acoge, un pueblo que se dibuja en el horizonte, y gente que sigue saludando al que llega, nos hacen creer que seguimos siendo grandes.
Es verdad que la región tiene ejemplos impresionantes de patrimonio natural y arquitectónico. La referencia a Cáceres, Mérida, Badajoz, Guadalupe, Plasencia… colma cualquier deseo de conocer y brinda la oportunidad de sorprender siempre al visitante que, aunque parezca una pesadez, nunca creía haber podido encontrar tanto y tan desconocido.
Cuando la ruta que se propone uno está fuera de los circuitos habituales, la sorpresa se extiende a los vecinos, a los mismos extremeños que desconocen el patrimonio que poseen, y que se sentirían orgullosos de ello si lo supieran.
Propongo un viaje por cuatro lugares cercanos entre sí. Un recorrido por poblaciones que muy pocos conocen, porque son de difícil acceso y hay que hacerse el firme propósito de visitar pero que, como ocurre a los que vienen por primera vez, se asombran de lo descubierto al comprobar que lo que les decían de lo que había, no tiene nada que ver con la realidad.
Transitamos por la comarca de Los Ibores/Villercas (que nunca se sabe muy bien dónde empieza una y termina la otra) en la provincia de Cáceres, y sin necesidad de seguir un itinerario firme, nos enfrentamos a un paisaje único, donde las encinas pueblan el terreno de tal manera, que la lejanía nos brinda una alfombra verde, de copas inmensas, donde la tierra es difícil de atisbar si no se trata de formaciones rocosas que emergen entre los árboles , como pidiendo poder respirar.
Camino de Guadalupe desde Trujillo, nos desviamos para entrar en Berzocana y el pueblo que ha sufrido de los embates de una arquitectura patética y un asfaltado urbano sin consideración, posee una de las más hermosas iglesias que se conocen (se le llama “la segunda catedral de la diócesis de Plasencia”) y guarda en ella las reliquias de San Fulgencio y Santa Florentina desde 1340. El templo es de una hermosura y porte, que causa asombro a todos los que lo visitan, sobre todo pensando en el tamaño de la población.
Los santos allí venerados hicieron del lugar cita de peregrinos desde el siglo XV y la fama de milagreros se extiende por toda España, lo que provoca una eclosión de visitas a la localidad que provoca el levantamiento de la iglesia en el siglo XVII. En 1991 se cayó la sacristía y no mató a los fieles porque no estaban. Se han hecho obras de reparación, y allí siguen los relicarios majestuosos de los dos santos, a los que muchas diócesis se disputan y que son desde luego, un referente casi imprescindible en el conocimiento de la comarca por lo que tuvieron de importantes en una determinada época, en la que el propio Felipe II tuvo que intervenir para ordenar que los restos de los santos permanecieran donde habían sido hallados cuando se transportaron desde Écija. La historia es larga, bonita y merece conocerse “in situ”.
Carretera adelante, a lo lejos nos enfrentamos a Navezuelas. Está dibujado sobre una línea del monte, a 928 metros de altitud.
Conviene llegar al atardecer, y contemplar la belleza de la ubicación del pueblo a contraluz. La verdad es que cuesta trabajo recomendar algo. La iglesia fue prácticamente arrasada en los años 70 con una estética alucinante que sólo conservó el ábside y nave de la antigua, pero que cuesta mucho identificar, pero el paraje en el que se asienta es sobrecogedor.
Tiene el pueblo mucha costumbre de pescar, y se pescan truchas en el Almonte en las zonas que están semi vedadas. Ahora la acampada se ha extendido, conociendo de la maravilla natural en la que se encuadra, y si se quiere disfrutar sólo con la contemplación de la naturaleza, desde luego Navezuelas ofrece todos los ingredientes para ello, porque no hay lugar a la distracción arquitectónica ni artística.
No es lo que le pasa a Cabañas del Castillo.
Cabañas es hermoso. El lugar en el que está ubicado, el paisaje en un estado puro, las lejanías, y el patrimonio arquitectónico rural que conserva, adornado si cabe más por los restos del castillo que dan nombre a la población, lo hacen un lugar imprescindible para la visita del extremeño que quiere enseñar algo único al amigo con el que quiere presumir de tener cosas que nadie sabe que existen.
El castillo es una construcción árabe del siglo XII, utilizada después en el Medievo por los caballeros golfines para vigilar el paso de las Villuercas. Se llega a él sin mucha dificultad, y transitando por las callejuelas de la población, que en su día tuvo todas las edificaciones de pizarra, y hoy quedan algunos ejemplos solamente, ya que las nuevas edificaciones han ido mermando el carácter serrano del lugar.
La belleza del paisaje, lo abrupto y casi violento del terreno y el hecho de que en su entorno tenga lugar el nacimiento del cauce de Santa Lucía, nos hace creer que no estamos en Extremadura. Ya Antonio Ponz en su “Viaje por España” de 1784 describe la belleza del lugar con verdadero asombro y admiración: “Castaños, encinas, quexigos, robles, fresnos, pinos, avellanos, son plantas que produce la naturaleza en las cumbres y en las laderas, no faltando, donde quieren cultivarlos, todo género de frutales para el sustento de sus moradores. Alisos, tilos, aloros, durillos, aceres, mostazos, sauces y otras infinitas especies de árboles y arbustos cubre las orillas de sus ríos y arroyos. Las yerbas son muchas y de notable virtud … Los bosques o espesuras son por algunas partes impenetrables, y sirven de abrigo a los venados, ciervos, corzos, jabalíes, cabras montesas y asimismo a los lobos y a otros animales carniceros. Hállase por todo ello copia de caza menor”.
Poco ha cambiado el paisaje. Nunca se sabe si por cuidado o por abandono, pero ahí está. No hay que elegir la estación del año, porque el clima es benigno y si es caluroso las piscinas y embalses naturales de los remansos del Almonte, alivian los días veraniegos, en los que la contemplación del horizonte desde lo alto del castillo es un premio para cualquiera que busque algo especial.
La combinación de fortaleza amenazante, a consecuencia de la longitud de los muros que aún se mantienen en pie, levantados desde luego para causar pavor al potencial enemigo que se acercara, con un paisaje singular que exhibe como elementos significativos dos pequeños puentes del río Almonte a los pies de la fortaleza, como si hubieran querido trazar dos líneas para no romper completamente la comunicación con el exterior, emociona del lugar que, por otra parte, raramente se visita por lo escarpado del camino y la situación “a trasmano” de los recorridos habituales de la región.
Ahora todo está más dulcificado. Las carreteras han mejorado, los habitantes del lugar están acostumbrados a las visitas, y los visitantes son bien recibidos en cualquier momento, sobre todo cuando se sabe que, a pesar de no haber infraestructura oficial para acoger a los posibles campistas, o a los caminantes que todo lo recorren, las visitas de ajenos son fuente de bienestar, y el castillo ahora no asusta, atrae.
La historia ha dado la vuelta. Las luchas pendencieras que motivaron levantar el castillo se han terminado, y lo que fue azote de visitantes, ahora es refugio de viajeros.
Siguiendo la ruta nos acercamos a Roturas de Cabañas. Administrativamente es una pedanía de la localidad anterior, lo que a los habitantes de estos lugares suele enfurecer porque todos se consideran acreedores de la titularidad sin dependencias de otros.
Ocurre en esta zona que las dificultades orográficas del terreno hacen que los núcleos de población estén dispersos y Roturas y Solana pertenecen a Cabañas como pedanía, pero no por ello han de ser inferiores en belleza ni importancia para el visitante curioso.
Roturas de Cabañas tiene una arquitectura popular de enorme belleza. Antonio Rubio Masa en el Cuaderno Popular número 8 editado por la Consejería de Cultura de la Junta de Extremadura página 21, hace una referencia a la importancia de esa arquitectura, con un boceto de casa de Roturas y fotografías de ejemplos de casas importantes de la localidad. La pureza de estilos y el uso de materiales nobles, así como el aprovechamiento del terreno para ubicar las viviendas, hacen del sitio algo especial.
Desde la edición de ese Cuaderno Popular a nuestros días, la arquitectura popular ha desaparecido prácticamente. Los ejemplos que quedan son producto del abandono, y algún balcón de madera se mantiene en pie, o alguna bodega sigue hundida en el terreno, pero la belleza de la que se hablaba en el estudio mencionado, se ha ido marchitando en nombre de una malentendida modernidad.
La iglesia es impresionante. Levantada en un lugar estratégico de la población. De los siglos XVII – XVIII, está muy bien conservada.
Continuar por la carretera para visitar la última pedanía nos reconcilia, ante la magnificencia del paisaje, con la capacidad de destrozo del que deshace sin consultar.
Roturas de Cabañas es la última de esas pedanías. Roturas es el paisaje puro. En su término está el embalse de Santa Lucía, de donde se surte de agua Trujillo (con una canalización de 40 kilómetros (¡), y ahora muchos más pueblos de alrededor.
En la localidad hay una fuente que, construída en 1960 tenía inscrito: “no meter cubos con jabón, cuidar del agua, y de no ensuciarla, y mantener vivos los peces”. En el pilón del pueblo había peces, y decían las vecinas que eran tan viejos como ellas. Peces enormes, acostumbrados a las visitas diarias de los habitantes que comprobaban la pureza de las aguas que bajaban de la sierra con la salud de los peces.
Y ahí, en ese enclave magnífico hay una iglesia soberbia dedicada a San Miguel. La iglesia de Solana sorprende, como las de los otros lugares, pero esta lo hace por la conservación del mobiliario interior. Los retablos barrocos son de una belleza impresionante, albergan la imaginería original de los siglos XVII y XVIII y los frentes de los altares aún permanecen decorados con las telas adamascadas de esa época, enmarcadas y protegidas por el cuidado popular, cuando no por una cerámica de Talavera del siglo XVI que parece recién puesta.
El conjunto que forman los retablos dedicados a San Antonio, San Cosme, San Miguel y el Niño Jesús, es de una plasticidad impensable en esta población de escasos recursos económicos en todos los tiempos, pero lo que más llama la atención es el quinto retablo dedicado a Santa Lucía. Este retablo alberga una de las tallas de alabastro policromado más hermosas que se conservan en la región. Se trata de una talla de unos 60 cm.de alto, representando a la santa con los atributos en las manos: la palma del martirio en la mano izquierda y en la otra la bandeja que porta los ojos de la santa.
La imagen no se saca para nada de la hornacina de su retablo, y la encargada de su conservación ha puesto tal celo en protegerla, que ha hecho fotografías por su cuenta de la talla para que no se deteriore ni con las miradas ajenas.
Podríamos seguir la ruta y llegar a las poblaciones de nombre Ibor. Cuevas, montañas, paisajes insólitos, artesanía desconocida, fachadas de casas únicas, inscripciones sepulcrales que denotan un esplendor antiguo que el tiempo ha borrado … pero nos detenemos aquí como si empezara a ponerse el sol en el horizonte y tuviéramos que detenernos a contemplar el espectáculo del cielo rojo y el suelo verde, arañado por un dibujo plateado de agua que se detiene en el depósito de Santa Lucía, del que todos los que viven cerca (o lejos) beben.
Esas cosas pequeñas: las tardes sosegadas, tallas de alabastro, fuentes con peces, un castillo que asustaba y ahora acoge, un pueblo que se dibuja en el horizonte, y gente que sigue saludando al que llega, nos hacen creer que seguimos siendo grandes.
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