viernes, 28 de noviembre de 2008

POSTAL DE OTOÑO EN LAS VILLUERCAS.


Un banco. Nos sentamos. Detrás, la iglesia de Cabañas del Castillo. Portada mudéjar y virgen con nombre muy propio: De la Peña... Que es justamente lo que queda a su espalda: un peñasco imponente con un castillo en lo alto. Es la hora de la siesta. Silencio... Psssss... Escuchemos: esquilas de cabras y esquilas de ovejas, hasta cinco trinos diferentes de pájaros, algún ladrido y el zumbido de un moscón. Nada más.Miremos: a la izquierda, entre la neblina, los picos de la Sierra de Las Villuercas; al norte, las llanuras del Tajo; al frente, dehesas onduladas e infinitas; detrás, ya digo, la iglesia, la roca, el castillo, los cerros... Olamos: leña, jara, humo, humedad de pueblo pequeño con casas abandonadas... Pero atención, por el aire vienen aromas poco canónicos, no son de aquí, no parecen extremeños, demasiado montunos, demasiado ácidos, demasiado visigóticos... ¿Visigóticos?Esta mañana, hace solo unas horas, nos adentrábamos en esta comarca tan poco conocida de El País Que Nunca Se Acaba. Porque sí, a Las Villuercas hemos venido casi todos: el monasterio de Guadalupe, el vino de Cañamero, ese restaurante tan gracioso llamado Algo Así llevado por suizos... ¿Pero conocen ustedes Navezuelas, Roturas, Solana, Cabañas, Retamosa, incluso Berzocana?Ya sé que las carreteras son infernales, aunque poco a poco, parche a parche, están dejando de serlo, pero eso tiene su punto de ventaja: los turistas se arriesgan poco a recorrer estos parajes y así, este paraíso con municipios (Berzocana, Cabañas) de demografía siberiano-sahariana (4 habitantes por kilómetro cuadrado) mantiene vivos hábitos como los Añojos (fiesta navezueleña de fin de año en la que se sortean las parejas de novios) y conserva rasgos genéticos únicos como los que, aseguran varios libros muy serios, caracterizan a los habitantes de este pueblo situado a 930 metros (el tercero más alto de Extremadura tras los 1.175 de Piornal y los 1.124 de La Garganta) que se llama Navezuelas al que acabamos de llegar.Hemos venido en busca de visigodos. Sí, porque esos libros serios dicen que en este pueblo tan apartado se han conservado rasgos de esa etnia germánica y que abundan los rubios, los de ojos azules y hasta los pelirrojos. También dicen los tratados que los navezueleños son de natural reservados (aunque no se especifica si también eran así los visigodos).Lo cierto es que por más que buscamos, no encontramos genética bárbara por ningún lado. En la tienda de comestibles nos venden bebida manos blancas, tez morena, pelo negro... En el bar JB nos ponen café con rasgos muy del país. Eso sí, nos miran con cierta desconfianza, pero parece más bien por la duda de si seremos inspectores de Hacienda o de Trabajo porque quien mucho pregunta o es inspector o es truhán.En Navezuelas no hay visigodos, pero a cambio descubrimos el pueblo más florido de Extremadura. No hemos paseado jamás por calles tan vegetales, tan lujuriosas de pétalos, de olores, de hojas verdes y granadas rojas. En el pueblo hay fuentes, laberintos de callejas, centros de cultura, de salud, de educación y de pensionistas, un autobús va y viene cada día a Talavera de la Reina y un notario viene y va una vez al mes desde Guadalupe.Porque a Navezuelas hay que ir, por Navezuelas no se pasa y el viaje requiere algo de empeño. A cambio, puedes comprar miel deliciosa, contemplar lomas amarillas de robles otoñales y probar las mejores castañas del país. El pueblo se independizó de Cabañas del Castillo en 1924 y hoy tiene 714 habitantes. El alcalde se llama Ladislao y el de Cabañas, al otro lado de la sierra, Paulino. Nombres con sustancia, nombres de alcalde...Entre Navezuelas y su pueblo padre, Cabañas, no existen contenciosos. Solo entre las muchachas de Roturas, la pedanía cabañega vecina, y las chicas navezueleñas hay algún que otro encontronazo. Pero no se preocupen, es poca cosa, más bien virtual: en los foros se llaman flojas, cansinas y 'flipás' las unas a las otras. Pero que tire la primera piedra quien no se haya aprovechado alguna vez de Internet para desahogarse.Ricos y ricachosPor estos pueblecitos de Las Villuercas, ricos, lo que se dice ricos, no hay. Lo que sí se ven son ricachos (dicen que un mandamás de Ferrovial, dicen que una sobrina de Botín). Realmente, no se ven, se escuchan cuando llegan en helicóptero a sus fincas. Esto de ricacho no es cosa nuestra, sino de Pablo. ¿Y quién es Pablo?Vamos por partes. En primer lugar hay que explicar que hemos cogido el coche y, conduciendo por la carretera de montaña más alucinante de Extremadura (estrecha, al borde del precipicio y envuelta frecuentemente en la niebla), hemos llegado a Berzocana. Aparcar en la Plaza Mayor. Subir a la iglesia... Y chas, aparece como por ensalmo Pablo. «Es que les he visto subir y me he dicho: Tate, estos van a la iglesia, voy a enseñársela». Y nos la enseñó.Pablo es el guía solícito y entusiasta de la semicatedral de Berzocana. Sí, verán, es que no es catedral, pero casi. Y, por encima de todo, ¿tachán tachán!, aquí sí hay auténticos visigodos. De cuerpo presente pero visigodos... De Cartagena, pero visigodos... Aunque dejemos que Pablo cuente la historia tras llevarnos a un balconcillo donde, en un arcón que no se puede abrir («Si fuera usted cura, le daba la llave y lo abría, pero no siendo cura...»), se conservan las reliquias de san Fulgencio y santa Florentina.«Estos dos santos eran de Cartagena, eran visigodos y hermanos de san Leandro y san Isidoro. Por miedo a los moros profanadores, trajeron sus cuerpos desde Sevilla, los enterraron a 200 metros de aquí y el 26 de octubre de 1223 los encontró un labrador. Los de Cartagena los reclamaron en el siglo XVI, pero Felipe II mandó un ministro que dictaminó que se quedaran aquí para siempre, excepto un huesecillo que se envió a El Escorial y otro a Cartagena. Cada 26 de octubre salen en procesión los cráneos de los dos santos por Berzocana», detalla Pablo.¿Pero cómo distinguen el cráneo del santo del de la santa? Pablo lo explica: «Porque en uno de ellos se encontró la peineta con la que se peinaba santa Florentina». Sea como fuere, esta semicatedral merece la pena y las explicaciones de Pablo no tienen precio. Bueno, sí, la voluntad.Y nos fuimos a comer. Y volvimos al coche. Y cruzamos un bosque de alcornoques gigantes. Y subimos a Cabañas del Castillo. Y nos sentamos en el banco. Y allí, entre la roca y la llanura, mirando, oliendo, escuchando, nos sentimos visigóticos, extremeños y universales.


FUENTE: Periódico Hoy.es.


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