ANTONIO ARMERO | CÁCERES.
Calle Arroyo de Navezuelas |
La zona esconde fósiles que solo hay en China y Namibia, y exhibe montañas casi idénticas a las de los Apalaches americanos.
Paraíso para geólogos, el Geoparque Villuercas-Ibores-Jara ofrece al turista un paisaje abrumador.
PARA SITUARSE
19 pueblos: Aldeacentenera, Alía, Berzocana, Cabañas del Castillo, Campillo de Deleitosa, Cañamero, Carrascalejo, Castañar de Ibor, Deleitosa, Fresnedoso de Ibor, Garvín de la Jara, Guadalupe, Logrosán, Navalvillar de Ibor, Navezuelas, Peraleda de san Román, Robledollano, Valdelacasa de Tajo y Villar del Pedroso.
Habitantes: Unos 15.000.
Dónde está: En el Sistema Central, entre las cuencas del Tajo y el Guadiana.
LOS PROTAGONISTAS
JOSÉ MARÍA CORRALES DTOR. DEL COMITÉ DE INVESTIGACIÓN
LAURA GUÍA DEL CENTRO DE INTERPRETACIÓN
JAVIER LÓPEZ DTOR. TERRITORIAL DEL GEOPARQUE
Si los trilobites no fueran artrópodos sino humanos, y si en lugar de desaparecer hace unos 250 millones de años vivieran todavía entre nosotros, cualquiera de ellos podría subirse orgulloso al pico La Villuerca, mirar en todas direcciones, levantar el brazo y al modo del abuelo ante su primer paseo junto al nieto por una nueva urbanización, afirmar rotundo y lleno de razón: «Antes, todo esto era mar».
Quién lo diría cuando se viaja entre un requiebro de curvas por la EX-118, por donde se espera que en un año desfilarán cada fin de semana unos cuantos madrileños con destino al Geoparque Villuercas-Ibores-Jara, la última buena noticia que le ha dado a Extremadura su paisaje. Son 2.500 kilómetros cuadrados, 19 pueblos. En total, 15.000 habitantes que pueden presumir de tener su casa dentro del único rincón del mapa regional que tiene esa distinción, que a diferencia de cualquier otra, se justifica por su valor científico. Hasta hace unos días solo la habían conseguido cinco territorios en España: el Maestrazgo en Teruel, las Sierras Subbéticas en Córdoba, Cabo de Gata-Níjar en Almería, Sobrarbe en Huesca y la Costa Vasca en Guipúzcoa. A ellos hay sumar la Sierra Norte de Sevilla, que ha logrado el título a la vez que el extremeño. En total, ahora son siete en España y 96 repartidos por el mundo.
Lo primero que llamará la atención a quienes lleguen hasta aquí a través de la carretera EX-118 será un paisaje que tiene poco que ver con el de otros afamados espacios naturales de la comunidad autónoma. Aquí, quien conduce debe andar con ojo para no despistarse, porque sentirá la tentación de volver a girar la cabeza en vez de mirar a la carretera. Lo que devuelve la vista al atravesar los Ibores es una sucesión de crestas, un vaivén de montañas que si no hay niebla, dejan ver detrás más filas con el mismo corte. A cualquiera que haya pasado por el colegio le sonará el nombre técnico: son sinclinales (cortes de terreno plegados en forma de V) y anticlinales (lo mismo pero como una V invertida). Y cualquiera que tenga a mano un mapamundi, puede comprobar algo esencial en esta historia: la conexión entre los Montes Apalachenses de la costa este norteamericana y Las Villuercas.
Comprenderlo es tan fácil como hacer el ejercicio de tratar al mundo como si fuera un puzzle. Si pudiéramos mover las piezas, la muesca de los Apalaches encajaría con la de Portugal, lo que explicaría la similitud entre el relieve estadounidense y el extremeño.
Puede parecer ciencia ficción, pero no lo es. Ni mucho menos. Hubo un tiempo, hace millones de años, en que era así. Simplificando, todo sucedió cuando en el planeta Tierra no había cinco continentes sino uno, llamado Pangea, y un movimiento de placas rompió esa enorme porción de terreno. El Océano Atlántico se interpuso entre los Apalaches de Estados Unidos y Las Villuercas, que hasta entonces estaban a tiro de piedra.
A decir de Donald Hudson, Robert Marvinney y Thomas Urquhart, que estuvieron en la comarca extremeña en enero, el paisaje es casi idéntico al de los Apalaches de Virginia o Pennsylvania, tal como explicaron a HOY entonces. O como decía también en estas páginas, en noviembre del año pasado, Ruth Rodríguez, coordinadora en España de SIA (Sendero Internacional de los Apaches): «Es como trasladar una fotografía de Estados Unidos a España».
El peligro del expolio
Hasta tal punto es así que ese perfil de sucesivos recortes que saluda nada más dejar atrás los túneles de Miravete (en la A-5 en dirección a Madrid) tiene un nombre clarificador: relieve apalachense o apalachiano.
Por esto y por una buena mochila de razones más, cualquiera que sienta interés por la geología debe hacer una excursión a la zona, si no la ha hecho ya. «Para los turistas, esta comarca ofrece gastronomía, paisaje y patrimonios; y para los geólogos, es el paraíso», resume Javier López, director territorial del Geoparque y gerente del grupo de acción local Aprodervi. «Hay sitios, como el yacimiento de La Madrila, en los que es como ver un Guernica detrás de otro», refrenda José María Corrales, director del comité investigador de la candidatura y ex director general de Promoción Cultural. Él cita otros nombres que definen al conjunto: crucianas (las huellas que dejaban los trilobites sobre el fondo arenoso del mar), pedreras, coluviones o distintos tipos de fósiles que solo se pueden encontrar aquí, en China o en Namibia.
Sobre esto último hay cierto temor entre quienes gestionan el Parque, que es competencia de la Diputación de Cáceres. El miedo se resume en una palabra: expolio. Lo han sufrido, lo sufren y lo seguirán sufriendo, pero el objetivo es minimizarlo. El maná de fósiles que constituye la zona es uno de los argumentos que explican que geólogos centroeuropeos (de Alemania y Holanda, principalmente) y españoles lo visiten desde hace años. Y ya se sabe: en cualquier grupo los hay más y menos atrevidos. Si a la Guardia Civil le hubiera dado por parar a algún que otro autobús de expertos en su viaje de vuelta y revisar los equipajes, no solo habría encontrado folletos.
Ya se ha puesto sobre aviso a los guardias forestales y a los agentes del Seprona, y el asunto tiene tal calado que esos puntos especialmente golosos no se publicitarán, a pesar de que sí figuran en el listado de 44 sitios de interés geológico que completan los mapas del Geoparque. «Al principio se pusieron 22, luego se subió a 44, pero si se sigue investigando seguro que salen unos cuantos más», sugiere Laura, titulada en Ciencias Ambientales y que ejerce de guía en el centro de Interpretación de la Zepa de Cañamero. Utiliza su tono pedagógico allí porque a día de hoy, no hay un centro de recepción de visitantes, por lo que se decidió colocar allí los paneles que enseñan la riqueza de estas tres comarcas que hace años decidieron que lo mejor para todas era unirse en una sola.
Ese esperado centro de recepción de visitantes se está terminando de construir en Cañamero, lo mismo que otras infraestructuras pendientes de abrir el público, como las minas de fosforita de Logrosán, que será uno de los atractivos fundamentales del Geoparque. Sobre todo pensando en engordar la lista de motivos para que el turista coja el coche, duerma un par de noches -la oferta es amplia, desde el Parador de Guadalupe hasta un ramillete extenso de alojamientos rurales- y se patee la zona.
La mina de Logrosán y Guadalupe con su Monasterio declarado Patrimonio de la Humanidad son algunos de los atractivos evidentes para el visitante. También el estrecho de la Peña -que tiene una cueva en la que, según la leyenda, vivió el bandolero Luis Candelas-, el desfiladero del río Ruecas y sus piscinas naturales junto a la presa del Cancho del Fresno, los veinte puntos de observación de aves, las doce rutas de peregrinación a Guadalupe o la veintena de propuestas para senderistas (entre las caminatas más conocidas, la de Alfonso Onceno, la de La Molinera y la de Isabel La Católica).
Mención especial para dos lugares. El primero, la cueva de Castañar de Ibor, hallada en 1967 por un pastor al que casi nadie creyó. Andaba trajinando en su olivar cuando vio a la burra caída, con medio cuerpo sepultado. Avisó de lo que acababa de ver, pero pasaron treinta años hasta que la cavidad fue declarada Monumento Natural. Hay que entrar a ella poco menos que arrastrándose y recorrerla con la cabeza cubierta con casco con foco (tipo minero), pero todo esto da igual porque está cerrada al público, porque la reiterada presencia humana eleva la temperatura de la cueva hasta un nivel dañino.
El otro punto de especial interés es el pico La Villuerca, a 1.595 metros de altitud, el punto más alto entre Sierra Nevada y Gredos, que ofrece una vista inmensa. Un sitio estratégico, bien lo sabe el Ejército, que hace años construyó allí una base que ha recuperado su actividad recientemente. La subida hasta allí es horrible para cualquiera que conduzca un turismo, de ahí que su utilidad desde el punto de vista turístico pase por un arreglo de la carretera. Desde ahí, a casi 1.600 metros de altura, se controlan muchas de las comunicaciones militares a lo largo y ancho del Atlántico, ese océano que si desapareciera y devolviera a su sitio a las tierras que hoy separa, permitiría levantarse un domingo como hoy, desayunar, coger el coche en Badajoz, Cáceres, Mérida o Plasencia e irse a pasar el día a la costa sureste de Estados Unidos.
«Hay sitios, como el yacimiento de La Madrila, en los que es como ver un Guernica detrás de otro»
«Hay 44 sitios de interés, pero si se sigue investigando seguro que salen otros cuantos»
«Para los turistas, la comarca ofrece paisajes, gastronomía y patrimonio»
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